Se ha comprobado que los colores y sus tonos pueden influir anímicamente en el ser humano, por razones físicas y también psicológicas, la percepción de diferentes tonos, así como las experiencias individuales que asociamos a cada uno de ellos, hacen que cada persona viva las variedades cromáticas de forma distinta.
Por ejemplo, el color negro no es percibido de la misma manera por una persona que va de luto, un sujeto con tendencia gótica, o un activista afroamericano del llamado Black Power (Poder Negro).
Investigaciones psicológicas, corroboran el poder calmante del color azul, ante el cual, por ejemplo, los bebés de dos semanas se quedan quietos con más facilidad, pero seguro que un marinero que ha sufrido un naufragio no lo relaciona precisamente con la tranquilidad. Otros estudios demostraron que un grupo de jóvenes identificaba el color amarillo con la alegría, mientras que para los actores de teatro es un tabú. El rojo, en algunos casos, fue considerado un color fuerte, asociado con hiperactividad, quizás por ser el color de la sangre, aunque también se vincula al erotismo y la sensualidad.
En conclusión, los colores sin duda pueden asociarse al estado de ánimo de los individuos.